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Los adoquines de las calles de Buenos Aires narran la historia de la ciudad a todos sus habitantes y a quienes la visitan.

La ciudad conserva adoquinadas 4.000 de sus 26.000 cuadras, como una forma de reivindicar al adoquín como signo de la identidad porteña.

El lazo entre el adoquín y Buenos Aires empezó en la época colonial hace más de 230 años, cuando las calles estaban en muy mal estado por el paso de carretas y carruajes, situación que empeoraba los días de lluvia.

En 1783, Juan José de Vértiz y Salcedo – virrey del Río de la Plata entre 1778 y 1784 de aires progresistas – pidió al Cabildo un proyecto para mejorarlas. Y, en ese momento, se pensó por primera vez en el adoquinado como una solución viable.

Estos primeros intentos de adoquinar las calles se dieron ante la problemática de ser intransitables, principalmente cuando llovía, lo cual producía verdaderos pantanos difíciles de cruzar. La lectura de «Buenos Aires, desde setenta años atrás«, de José Antonio Wilde, (escritor del siglo XIX) describe la realidad por aquellos años como en verano un tierral y en invierno un barrial.

Los primeros empedrados se armaron con piedras de la isla Martín García y ante el desconocimiento de las técnicas para este tipo de obras, se realizaron gran cantidad de experimentos, con diferentes tamaños y posiciones de los adoquines y un material de mezcla de arcilla y arena que se usó para los cimientos.
A mediados del siglo XIX, el origen de los adoquines cambió: llegaban desde Gran Bretaña (provenían de canteras de Irlanda y Gales) como lastre de los barcos que después llevaban granos a Europa.

En 1893 que se dio un paso fundamental: se abandonaron los cimientos de arena y fueron reemplazados por cemento Portland. Con esto se lograron frenar las filtraciones al subsuelo que aflojaban los adoquines, permitiendo tener calles más firmes y duraderas.

A inicios del siglo XX y con el auge del ferrocarril empezó una explotación de adoquines específica en Tandil. Este lugar iba a ser clave para el adoquinado de Buenos Aires: desde allí llegaban miles de toneladas de adoquines de granito para cubrir las muchas calles de tierra de la ciudad, además con ellos se reemplazaron los que provenían de Irlanda y Gales.

En 1889 la ciudad ya tenía 3 millones de metros cuadrados adoquinados, para 1910 era de 7 millones y en 1936 llegaba casi a los 19 millones. Eran tiempos en que algunos apodaban a Buenos Aires como la París del Sur.

A lo largo del tiempo el adoquín se fue transformando y se aggiornó a las necesidades y al estilo de cada época. Hoy, sin dudas, los adoquines representan un inconfundible símbolo de las calles de Buenos Aires y son patrimonio cultural de la Ciudad, según establece la Ley 4.806/13.

En la actualidad, para el mantenimiento o reconstrucción de las calles adoquinadas de la ciudad se emplean adoquines de hormigón, cuya principal ventaja es su alta resistencia. Se trata de piezas perfectamente unidas que, además, filtran hasta el suelo el agua de la lluvia, con lo cual, no se ven afectados por ningún tipo de filtración que pueda ocasionar grietas. Debido a ello, tienen una gran durabilidad.

Desde Concretus formamos parte de la reconstrucción de calles emblemáticas de la ciudad. Realizamos obras en Plazas icónicas, en el Paseo del Bajo y en calles adoquinadas como es el caso de Arroyo, proyectos que van a durar por muchos años y de los cuales nos enorgullece haber sido parte, porque eso significa también formar parte de un pedacito de la historia de Buenos Aires.

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